Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 20 de marzo de 2008

Juan Pablo II Carta a los sacerdotes


Con ocasión del Jueves Santo del Año Jubilar de 2000 el Santo Padre Juan Pablo II, escribía su acostumbrada carta a los sacerdotes tal como lo hacia todos los años (exceptuado 1981) en “« nuestro » día por excelencia” pero esta vez lo hacia durante su peregrinación apostólica a la Tierra Santa y directamente desde el Cenáculo de Jerusalén, donde habia celebrado una Santa Misa en privado, con los Ordinarios de Tierra Santa y con los Cardenales y Obispos del séquito papal, en la Capilla del Cenáculo de Jerusalén.

En esta carta, entre otros, daba “gloria al Señor que, en el Año Jubilar de la Encarnación de su Hijo, me ha concedido seguir las huellas terrenas de Cristo, pasando por los caminos que él recorrió, desde su nacimiento en Belén hasta la muerte en el Gólgota. Ayer estuve en Belén, en la gruta de la Natividad. Los próximos días pasaré por diversos lugares de la vida y del ministerio del Salvador, desde la casa de la Anunciación, al Monte de las Bienaventuranzas y al Huerto de los Olivos. El domingo estaré en el Gólgota y en el Santo Sepulcro.

Hoy, esta visita al Cenáculo me ofrece la oportunidad de contemplar el Misterio de la Redención en su conjunto. Fue aquí donde Él nos dio el don inconmensurable de la Eucaristía. Aquí nació también nuestro sacerdocio” decía.

Y seguimos leyendo “desde el Cenáculo, recordando lo que ocurrió aquella noche cargada de misterio. A los ojos del espíritu se me presenta Jesús, se me presentan los apóstoles sentados a la mesa con Él. Contemplo en especial a Pedro: me parece verlo mientras observa admirado, junto con los otros discípulos, los gestos del Señor, escucha conmovido sus palabras, se abre, aun con el peso de su fragilidad, al misterio que ahí se anuncia y que poco después se cumplirá. Son los instantes en los que se fragua la gran batalla entre el amor que se da sin reservas y el mysterium iniquitatis que se cierra en su hostilidad. La traición de Judas aparece casi como emblema del pecado de la humanidad. « Era de noche », señala el evangelista Juan (13, 30): la hora de las tinieblas, hora de separación y de infinita tristeza. Pero en las palabras dramáticas de Cristo, destellan ya las luces de la aurora: « pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar » (Jn 16, 22).

Les invitaba a “seguir meditando, de un modo siempre nuevo, en el misterio de aquella noche. Tenemos que volver frecuentemente con el espíritu a este Cenáculo, donde especialmente nosotros, sacerdotes, podemos sentirnos, en un cierto sentido, « de casa ». De nosotros se podría decir, respecto al Cenáculo, lo que el salmista dice de los pueblos respecto a Jerusalén: « El Señor escribirá en el registro de los pueblos: éste ha nacido allí » (Sal 87 [86], 6).
Desde este lugar santo me surge espontáneamente pensar en vosotros en las diversas partes del mundo, con vuestro rostro concreto, más jóvenes o más avanzados en años, en vuestros diferentes estados de ánimo: para tantos, gracias a Dios, de alegría y entusiasmo; y para otros, de dolor, cansancio y quizá de desconcierto. En todos quiero venerar la imagen de Cristo que habéis recibido con la consagración, el « carácter » que marca indeleblemente a cada uno de vosotros. Éste es signo del amor de predilección, dirigido a todo sacerdote y con el cual puede siempre contar, para continuar adelante con alegría o volver a empezar con renovado entusiasmo, con la perspectiva de una fidelidad cada vez mayor”...

…”Desde este lugar en que Cristo pronunció las palabras sagradas de la institución eucarística os invito, queridos sacerdotes, a redescubrir el « don » y el « misterio » que hemos recibido. Para entenderlo desde su raíz, hemos de reflexionar sobre el sacerdocio de Cristo”...

….” Haced esto en memoria mía ». Volviendo a escuchar estas palabras, aquí, entre las paredes del Cenáculo, viene espontáneo imaginarse los sentimientos de Cristo. Eran las horas dramáticas que precedían a la Pasión…”
A los dos mil años del nacimiento de Cristo, en este Año Jubilar, tenemos que recordar y meditar, de modo especial, la verdad de lo que podemos llamar su « nacimiento eucarístico ». El Cenáculo es precisamente el lugar de este « nacimiento ». Aquí comenzó para el mundo una nueva presencia de Cristo, una presencia que se da ininterrumpidamente donde se celebra la Eucaristía y un sacerdote presta a Cristo su voz, repitiendo las palabras santas de la i
nstitución.

Y les enviaba “desde el Cenáculo el abrazo eucarístico. Que la imagen de Cristo, rodeado por los suyos en la Última Cena, nos lleve, a cada uno de nosotros, a un dinamismo de fraternidad y comunión”.

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