Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 31 de octubre de 2008

Tomas Moro, patrono de gobernantes y políticos



El 31 de octubre de 2000 “en plena sintonía con el espíritu del Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano” el Santo Padre Juan Pablo II firmaba la Carta Apostólica para la proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos ante la “necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles, que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades”.


Y lo hacía a expreso pedido de “personalidades de diversa orientación política, cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno” que “vivió plenamente la identidad cristiana en el estado laical, como marido, padre ejemplar y gran estadista. Hombre plenamente íntegro, con tal de permanecer fiel a Dios y a su conciencia, renunció a todo: a los honores, a los afectos e incluso a la vida; pero adquirió así el bien más valioso: el reino de los cielos, desde donde vela por cuantos se dedican generosamente al servicio de la familia humana en las instituciones civiles y políticas” (Angelus del 5 de noviembre 2000)


“De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, "es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella" (Gaudium et spes, 16)” decia el Santo Padre al comienzo de la Carta Apostólica. Y nos recordaba que “es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes.


Un hombre apasionado por la verdad, defensor de los derechos de la conciencia a quien “El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo”.












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