Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 8 de diciembre de 2009

"Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28).


Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada, "comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura" (Prefacio), y precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (cf. Lumen gentium, 58; Redemptoris Mater, 2).
En su homilía del 8 de diciembre de 2004 con ocasión del 150 aniversario e la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepcion el Siervo de Dios Juan Pablo II expresaba : “La Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad! Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció "con el mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría" (Pii IX Pontificis Maximi Acta, Pars prima, p. 559). El "sí" de la Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, no de la historia, sino en la historia. En efecto, preservada inmune de toda mancha de pecado original, la "nueva Eva" se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipa en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia. En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua. En el acontecimiento de la Encarnación encuentra indisolublemente unidos al Hijo y a la Madre: "Al que es su Señor y su Cabeza y a la que, pronunciando el primer "fiat" de la nueva alianza, prefigura su condición de esposa y madre" (Redemptoris Mater, 1).”
Al comienzo mismo de su pontificado, en el Ángelus del 8 de diciembre de 1978, Juan Pablo II recordaba las palabras del Siervo de Dios Pío IX proclamando aquella Bula:
"Con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y con la Nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que afirma que la Santísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por gracia singular y por privilegio que le concedió el Dios Omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, es verdad revelada por Dios y por esto debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles" (Bula Inefiabilis Deus).”
Con la definición del dogma de la Concepcion Inmaculada de la Virgen Maria culminaba “un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios”

Cuatro años después que el Siervo de Dios Pio IX proclamara la doctrina de la Iglesia sobre la Inmaculada Concepción la Virgen Maria eligió a una humilde jovencita que “respiraba inocencia, sencillez, bondad" y que vio a la Virgen 18 veces en la Gruta de Massabielle, para confirmarle algo que la Iglesia sabia pero la jovencita en ese momento no comprendía “Yo soy la Inmaculada Concepcion” le dijo. En realidad la Virgen ya la había elegido casi coincidentemente con esa proclamación pues a partir de 1854 varios acontecimientos vienen a trastornar la vida de la familia de Bernardita.

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