Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

domingo, 31 de enero de 2010

Iuvenum Patris


Lo importante es "no sólo querer a los jóvenes, sino que se den cuenta de que son amados" [20].


“El educador auténtico, pues, participa en la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas, toma parte en sus actividades deportivas y culturales, en sus conversaciones; como amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de bien, está pronto a intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y corregir con prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos censurables. En tal clima de "presencia pedagógica" el educador no es visto como "superior", sino como "padre, hermano y amigo" [21].
En esta perspectiva, son muy importantes las relaciones personales. Don Bosco se complacía en utilizar el término "familiaridad" para definir cómo tenía que ser el trato entre educadores y jóvenes. Su larga experiencia le había llevado a la convicción de que sin familiaridad es imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración no puede surgir la confianza, condición imprescindible para el buen resultado de la educación. El cuadro de objetivos, el programa y la orientación metodológicas sólo adquieren concreción y eficacia, si llevan el sello de un "espíritu de familia" transparente, o sea, si se viven en ambientes serenos, llenos de alegría y estimulantes.
A propósito de esto conviene recordar, por lo menos, el amplio espacio y dignidad que daba el Santo al aspecto recreativo, al deporte, a la música y al teatro o —como solía decir— al patio. Aquí, en la "espontaneidad y alegría de las relaciones, es donde el educador perspicaz encuentra modos concretos de intervención, tan rápidos en la expresión como eficaces por la continuidad y el clima de amistad en que se realizan [22]. El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y profundo, que lleve a conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los elementos de la condición cultural que es común a todos. Se trata de una inteligente y afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a los condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y a las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de comprender la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar, social y político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la sexualidad, de la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el desarrollo de la edad y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la juventud no es sólo momento de paso, sino tiempo real de gracia en que construir la personalidad.”


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