Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 14 de abril de 2011

22 de octubre, memoria del Beato Juan Pablo II





22 de octubre …… recordando aquel año de 1978, cuando la Iglesia celebraba su "Jornada Misionera mundial” y un Obispo que no era romano, un Obispo hijo de Polonia daba comienzo a su pontificado. Un obispo que renunciaba a la tiara, a la cual también ya había renunciado el Papa Luciani. “Nuestro tiempo” – decía “nos invita, nos impulsa y nos obliga a mirar al Señor y a sumergirnos en una meditación humilde y devota sobre el misterio de la suprema potestad del mismo Cristo. El que nació de María Virgen, el Hijo del carpintero —como se le consideraba—, el Hijo del Dios vivo, como confesó Pedro, vino para hacer de todos nosotros «un reino de sacerdotes».


Y el lo fue! Entera y plenamente sacerdote, “un don que supera infinitamente al hombre”, "servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios, sacerdote mariano inmerso en la oración y la Eucaristía, un sacerdote polaco que había comenzado sus estudios abrazando la filología polaca, y quedaba prendado del “misterio de la palabra” como primer eslabón hacia el misterio de la Palabra, “esa Palabra a la cual nos referimos cada día en la oración del Ángelus”. La trágica historia de su patria interrumpió los estudios, para llevarlo a conocer el mundo del trabajo duro como obrero en una cantera de piedra, y supo entonces valorar la piedra, esa piedra que lo llevo a comprender que “ la grandeza del trabajo bien hecho es grandeza del hombre...''”(La cantera: I; Materia, I) Allí mismo se enfrento nuevamente con el sufrimiento por la muerte de un obrero, muerte que dejó esculpida en versos:
"Levantaron el cuerpo, en silencio avanzaban. Abatidos, sentían en todos el agravio..." (La cantera: IV; En memoria de un compañero de trabajo, 2.3)


Fueron años de pasión por el teatro para después descubrir que en realidad, no era esa su vocación. “La fábrica fue para mí” dice en Don y Misterio “un verdadero seminario….fue en aquellos años cuando maduró mi decisión definitiva… la tragedia de la guerra dio un tinte particular al proceso de maduración de mi opción de vida.”


Y en el otoño de 1942 dio el paso decisivo entrando al seminario, que por entonces era clandestino. Así lo explicaba: “Un día lo percibí con mucha claridad: era como una iluminación interior que traía consigo la alegría y la seguridad de una nueva vocación. Y esta conciencia me llenó de gran paz interior.”

Ordenado sacerdote el 1ro de noviembre - día de todos los Santos - de 1946 en la capilla privada de los Arzobispos de Cracovia, por quien lo había “descubierto” en los ya entonces lejanos años de Wadowice, el Príncipe Adam Sapieha, Arzobispo de Cracovia, celebro su Primera Misa otro día inusual el Día de todos los Difuntos. Mi "primera" Misa tuvo por tanto -por así decir- un carácter triple .. Celebré las tres Santas Misas en la cripta de San Leonardo, en la catedral del Wawel, en Cracovia, “impregnada, más que cualquier otro templo de Polonia, de significado histórico” …. “Al elegirla como el lugar de mis primeras Misas quise expresar un vínculo espiritual particular con los que reposan en esa catedral que, por su misma historia, es un monumento sin igual”
A un escaso mes de su ordenación dejaba por primera vez las fronteras de su patria con destino a Roma. Seria la primera lección de “Aprender Roma” de este sacerdote polaco que después de una larga y rica historia un 22 de octubre de 1978 dirigía al mundo estas palabras que ahora, mas que nunca, quedan marcadas a fuego en la historia de la Iglesia y del mundo para que las recordemos todos los días del año:


“¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!
¡¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!
Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo.



¡No tengáis miedo!


Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!”

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