Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 29 de diciembre de 2017

Juan Manuel Burgos: Para comprender a Karol Wojtyla (2 de 6)


Capítulo 1 del libro Para Comprender a Karol Wojtyla. Una introducción a su filosofía (BAC, Madrid 2014)

1.1 Formación y evolución en el pensamiento de Karol Wojtyla
Karol Wojtyla se caracteriza por ser un hombre prodigioso que ha logrado armonizar en su vida cualidades e ideas muy diferentes, desde la poesía hasta la filosofía, de la filología al pensamiento sobre su nación y su patria, de la acción a la mística, del ensimismamiento interior del poeta, del místico o del intelectual al hombre capaz de liderar y dialogar con enormes masas humanas. Se trata, sin duda, de una personalidad gigantesca, de una de las principales figuras del siglo XX y, desde luego, aquí no pretendemos describir o desbrozar con plenitud su personalidad. Queremos limitarnos, y ya es suficiente, a presentar su personalidad filosófica. Queremos mostrar cuáles fueron los principales pasos e influencias que configuraron su personalidad intelectual y le condujeron a escribir tal y como lo hizo. Ese es nuestro objetivo.

Y lo primero que hay que decir en este sentido es que Wojtyla inició su camino intelectual como estudiante de filología polaca de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Hasta qué punto este hecho influyó en su obra filosófica es algo que está todavía por investigar, pero no cabe duda de que cuando Wojtyla, más adelante, insista en la importancia metodológica de la experiencia o en la centralidad de la subjetividad en la antropología, los orígenes de su vida intelectual están allí presentes demandando que el mundo interior del artista y del poeta tengan su lugar en la caracterización del ser humano.

La vocación literaria y artística de Wojtyla era muy fuerte, pero ese camino se truncó por su decisión de hacerse sacerdote, un camino que se fue abriendo paso poco hasta que, como él mismo ha explicado en su escrito de carácter autobiográfico Don y misterio, “Un día lo percibí con mucha claridad”[1]. Sin duda, la decisión para él fue muy dura, pero le sirvió de modelo el hermano Alberto, un artista polaco que tomó una decisión similar abandonando su carrera de pintor por el cuidado y asistencia de los pobres y desheredados. Wojtyla se sintió confortado con su ejemplo que le confirmaba que seguir ese camino no suponía una traición a los propios dones, a la vocación personal, sino una respuesta positiva (aunque incluyera una dolorosa renuncia) a un don todavía más profundo[2]. Y fue justamente esa decisión la que le condujo, quizás de modo paradójico o, por lo menos, inesperado, a la filosofía.

Como es sabido, la formación sacerdotal incluye siempre un periodo de estudio relativamente largo de filosofía. Y así fue como Wojtyla se encontró, casi de bruces, con el amplio y complejo mundo de la filosofía. El primer encuentro fue singularmente duro porque Wojtyla se dio de bruces directamente con la metafísica tomista, por sí misma compleja y abstracta, pero de modo particular para alguien que se acercaba a ella desde la poesía, la filología y el teatro. Él mismo lo ha relatado con un cierto tono jocoso: “Al principio fue el gran obstáculo. Mi formación literaria, centrada en las ciencias humanas, no me había preparado en absoluto para las tesis ni para las fórmulas escolásticas que me proponía el manual, de la primera a la última página. Tenía que abrirme camino a través de una espesa selva de conceptos, análisis y axiomas, sin poder identificar siquiera el terreno que pisaba. Al cabo de dos meses de desbrozar vegetación se hizo la luz y se me alcanzó el descubrimiento de las razones profundas de aquello que aún yo no había experimentado o intuido. Cuando aprobé el examen, dije al examinador que, a mi juicio, la nueva visión del mundo que había conquistado en aquel cuerpo a cuerpo con mi manual de metafísica era más preciosa que la nota obtenida. Y no exageraba. Aquello que la intuición y la sensibilidad me habían enseñado del mundo hasta entonces, había quedado sólidamente corroborado”[3].

Como se ve, a pesar de la dificultad del texto y de la lejanía intelectual, Wojtyla fue capaz de integrar esos principios con lo que la “intuición y la experiencia” le habían enseñado del mundo hasta entonces llegando a la conclusión de que ambas se corroboraban mutuamente. Es posible, por tanto, concluir que ese fue el momento en el que entró en contacto y asimiló los principios de una tradición filosófica de la que, en cierta medida, nunca se separaría. Este primer contacto, por otro lado, no se limitó a un conocimiento superficial propio del estudiante los primeros cursos sino que se afianzó y consolidó en profundidad ya que Wojtyla, una vez ordenado sacerdote, continuó sus estudios en el Angelicum de Roma, donde afrontó la realización de una tesis doctoral en teología sobre La fe en S. Juan de la Cruz, bajo la dirección del famoso tomista Garrigou Lagrange, que fue concluida en 1948 cuando contaba 28 años[4]. Ya entonces, de todos modos, comenzaron a emerger algunos rasgos propios de su peculiar visión intelectual. Ante todo, es de notar que la cuestión de la fe fue estudiada en un autor místico que se expresa no a través de conceptos teóricos sino sobre todo mediante la experiencia y la vivencia subjetiva. Y también resulta significativa la discusión que al parecer mantuvo con Garrigou-Lagrange por su rechazo a considerar a Dios como objeto.
De todos modos, para detectar una variación significativa en la orientación de su pensamiento hay que esperar a la realización de su tesis de habilitación sobre Max Scheler titulada Valoración sobre la posibilidad de construir la ética cristiana sobre las bases del sistema de Max Scheler (1954)[5]. Este momento fue central en su evolución intelectual como él mismo ha reconocido en diversas ocasiones: “Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación (la tesis sobre Scheler). Sobre mi precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el libro Persona y acción. De este modo me he introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales”[6].

Al estudiar a Scheler, Karol Wojtyla descubrió un panorama nuevo al que no había tenido acceso – o, al menos, de modo no tan directo- en sus estudios romanos: la filosofía contemporánea en una versión especialmente interesante, la fenomenología realista de Scheler. El interés de esta vía – muy de moda en ese momento- radicaba en que, a diferencia de otros filósofos modernos, parecía posible integrarla con el pensamiento cristiano tradicional y, en particular, con el tomista, que era el que el joven Wojtyla profesaba. En ese marco, el objetivo concreto de su trabajo consistió en intentar determinar la validez de la axiología scheleriana para la ética cristiana. Sus conclusiones fueron las siguientes. El esquema de Scheler, en cuanto tal, como estructura, era incompatible con la ética cristiana, entre otras cosas por su concepción actualista de la persona y por su emocionalismo, pero Scheler utilizaba un método –el fenomenológico- que parecía particularmente útil y productivo; además, proponía temas novedosos muy aprovechables para renovar la ética: la importancia de los modelos, el recurso a la experiencia moral, etc.[7]

Los resultados relativamente limitados de este estudio podrían llevar a pensar que la influencia de este trabajo en Wojtyla fue solo secundaria, pero como el mismo ha señalado, no fue así. El estudio sobre Scheler le llevó a darse cuenta de que existían toda una serie de temas y perspectivas que debían integrarse en la raíz tomista desde una perspectiva fenomenológica y personalista, lo que le llevó a ir construyendo poco a poco su posición filosófica personal concebida como una síntesis creativa y crítica de todos ellos. Es decir, Wojtyla, de un modo que intentaremos precisar, mantuvo siempre una dependencia profunda del tomismo pero, al mismo tiempo, fue consciente de algunos límites de esta filosofía que intentó superar con el recurso a la fenomenología (y, más en general, al pensamiento moderno) y que integró desde un marco personalista.
Podremos comprobar a lo largo de todo este texto la relevancia de esa evolución pero podemos apuntar ya un ejemplo que ilumine lo que acabamos de afirmar: su posición sobre el método fenomenológico. Cuando Wojtyla realizó su estudio sobre Scheler, concluyó que “el papel de este método es secundario y meramente auxiliar”[8] porque permitía enriquecer el análisis ético y descubrir una serie de constantes que aparecen en la experiencia moral pero, añade: “la constante ética es el último paso que logramos avanzar en el campo de la investigación ética valiéndonos del método fenomenológico, (…). Con este método descubrimos el bien y el mal moral, vemos cómo estos plasman las experiencias de la persona, mientras que, en cambio, no podemos definir de ninguna manera el principio objetivo por el que un acto de la persona es éticamente bueno y otro malo. Para fijar tal principio tenemos que abandonar el método fenomenológico”[9].
Pero años más tarde, en sus escritos de madurez, el planteamiento y las conclusiones son significativamente diferentes. En concreto, en un texto de 1978, afirma: “Este método no es en absoluto sólo una descripción que registra los fenómenos”, sino que sirve “para la comprensión transfenoménica y sirve también para revelar la riqueza propia del ser humano en toda la complejidad del compositum humanum”[10]. Es decir, el método fenomenológico o, más precisamente, el método del que habla Wojtyla, ha dejado de ser un paseo por la superficie fenoménica de la realidad que hay que abandonar cuando se quiere llegar a los principios fundamentales de lo real, y se ha convertido en el modo de acceso a la realidad ya que posee un alcance trans-fenoménico. Entre estas dos expresiones –tan diferentes- han pasado 24 años, tiempo en el que Wojtyla ha profundizado y radicalizado su comprensión del método fenomenológico transformándolo, en realidad, en un método propio en el que toma elementos de la fenomenología y del tomismo para construir un método original y diverso cuyo principio básico es la experiencia, entendida como una realidad simultáneamente objetiva y subjetiva.

Habrá tiempo de volver con detalle sobre este punto y su significado (cap. 5). Pero no cabe duda de que permite ejemplificar de modo muy efectivo la poderosa evolución que Wojtyla realiza desde un tomismo abierto, pero que asume los elementos externos al tomismo como teorías meramente instrumentales, que no afectan estructuralmente a los principios de este filosofía, hasta una posición personal en la que fusiona creativamente los elementos que consideran valiosos de ambas posiciones, del tomismo y de la fenomenología, a partir de un encuadramiento personalista que, en el caso del método, consiste en la fijación del principio del conocimiento en la experiencia integral de la persona.

Pues bien, este es el proceso general que se da en el pensamiento de Karol Wojtyla, y del que el método constituye tan sólo un ejemplo. Wojtyla partió de una formación aristotélico-tomista, en ella se injertó el método fenomenológico junto con otros elementos de la filosofía moderna, especialmente de corte kantiano, y el conjunto de ambas elementos más la influencia de la filosofía personalista, tanto leída como generada, dio lugar a su pensamiento original y propio. A continuación expondremos con un poco de detalle los pasos fundamentales de ese recorrido que comienzan por la ética, pasan por el amor humano, desembocan en su brillante producción antropológica y concluyen en la frustrada transición hacia una filosofía interpersonal y social[11].

[1] Juan Pablo II, Don y misterio BAC, Madrid 1996, p. 59.
[2] Wotjtyla, que fue una persona profundamente agradecida, homenajeó primero al hermano Alberto con una composición dramática personal Hermanos de nuestro Dios, y, más tarde, como Papa, canonizándole.
[3] A. Frossard, No tengáis miedo, Plaza & Janés, Barcelona, 1982, pp. 15-16.
[4] K. Wojty?a, Doctrina de fide apud S. Joannem a Cruce (1948). Versión esp.: La fe según san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1979, trad. e int. de A. Huerga.
[5] Está publicada en español con el título: Max Scheler y la ética cristiana, BAC, Madrid 1982, trad. de G. Haya.
[6] Juan Pablo II, Don y misterio, cit., p. 110. Cfr. también K. Wojtyla, El hombre y su destino, Palabra, Madrid 2005, p. 168.
[7] Cfr. K. Wojtyla, Max Scheler y la ética cristiana, cit., pp. 216-129.
[8] K. Wojtyla, Max Scheler y la ética cristiana, cit., p. 218.
[9] Ibid., p. 217 (cursiva mía).
[10] K. Wojtyla, La subjetividad y lo irreductible en el hombre, en El hombre y su destino, cit., p. 38.

[11] Como un fruto final de esta camino aparece la original teología del cuerpo desarrollada en Varón y mujer lo creó (Cristiandad, Madrid).

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